Tras su reciente viaje a la denominación de origen Cocuy pecayero, una de las 3 con las que cuenta Venezuela, nuestro editor Jesús Nieves Montero comparte algunas reflexiones sobre ellas
Son mucho más que terroir. No son sólo la especificidad geográfica de un lugar ni una forma de producción ni una tradición sino la suma vigorosa de todos estos factores lo que le dan fuerza de la denominación de origen. De hecho, hay un factor fundamental que es la voluntad para persistir en la coincidencia de esos elementos muchas veces sin el reconocimiento cultural o el rédito económico que se supondría. Hay que tener convicción para que exista una denominación de origen y estos múltiples factores hacen que sea más difícil de lo que parece obtenerla.
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No es cosa sólo de los productores. Una denominación de origen puede ser un concepto hasta romántico pero se llena de realidad cuando al final de la cadena hay un consumidor capaz incluso en ocasiones de pagar más por un determinado producto al reconocer ese valor inherente que tiene. Sin el consumidor la denominación de origen, pese a su trascendencia es un conepto hueco.
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Son más que una etiqueta que confiere a un producto una garantía de «ser mejor». Lo apasionante de las denominaciones de origen es que certifican que el producto es único y en un mundo en el que la estandarización a veces ahoga es casi milagroso encontrar un espacio en el que se celebra la diversidad que en toda expresión cultural equivale a riqueza.
Deben ser difundidas para ser comprendidas. No importa si se trata de denominaciones centenarias o de algunas que dan sus primeros pasos, si no se difunden pueden generarse distorsiones, usurpaciones por parte de productores y distribuidores inescrupulosos y llegar al punto de amenazar la subsistencia de la denominación. Incluso cuando hay momentos turbulentos como los que han pasado recientemente las denominaciones Cava y Rioja de las que importantes miembros han decidido desertar, la comunicación responsable favorece a la denominación.
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Son el final de un proceso. Lo hemos dicho previamente: hay algo de romántico y sin duda es un orgullo contar con denominaciones de orígenes, el problema es que éstas no se «decretan», no bastan apreciaciones subjetivas y buenas intenciones, en un proceso largo que involucra equipos multidisciplinarios para la profunda investigación que es lo único que puede dar sustento a una denominación de origen.