La chef y biólogo merideña Valentina Inglessis regresa a nuestra sección memorias a la carta para compartir este entrañable recuerdo de un plato playero y seguir explorando las raíces de su cocina
He venido comentando en los artículos anteriores, la posibilidad de buscar en nuestro pasado culinario elementos, que una vez traídos al presente, sirvan como medio de sanación y reconciliación. Todos tenemos momentos en nuestra vida que quisiéramos no recordar. Sin embargo, la memoria terca muchas veces se empeña en traer ocasionalmente los recuerdos dolorosos de situaciones que existieron y que inevitablemente forman parte de nuestra historia personal.
Hace ya treinta y tantos años, casi cuarenta, Adícora, un balneario del estado Falcón era el sitio preferido por muchas familias merideñas para ir a vacacionar. Resultaba algo fastidioso encontrarse en la playa a los mismos compañeros de clase y sus familias. Otros recuerdos no gratos tienen que ver con los días en que no había agua para bañarse y sacarse la arena y el agua del mar. Con frecuencia se iba la luz y no podíamos usar ni ventilador ni aire acondicionado, pasando unas noches de pesadillas y picadas de mosquitos, amén de la discoteca cercana que ponía música a todo volumen hasta el amanecer.
Hubo un año que fue para mí dramático, el año que cumplí catorce. Por razones hormonales aumenté de peso y yo no me percaté de ello hasta que fuimos a la playa. Las burlas de los amigos quienes me pusieron cualquier clase de sobre nombres fueron la razón de grandes dosis de sufrimiento, sobre todo porque intenté hacer dieta, justo en ese momento y lugar del cual tengo unas memorias culinarias fantásticas.
En las mañanas íbamos a comer unas increíbles empanadas con los rellenos clásicos, de carne, pollo, queso, chorizo, pero también de cazón, calamares y pulpo. Al mediodía o final de tarde almorzábamos casi siempre en un restaurante cuyo nombre y logo recuerdo perfectamente: El Galeón. De ese restaurante todo era bueno, inmensas ruedas de carite asado acompañado con yuca y ensalada, parguito frito, deliciosas sopas de mariscos, calamares rebosados y mi favorita: la ensalada de chipi chipi.
Jugosos chipichipis con mucho perejil, cebolla morada, ají dulce y pimentón. Condimentados con limón, vinagre y sal. Servidos en una cama de lechugas y tomate y al tope una buena cucharada de mayonesa. Esa ensalada y poner canciones en la rocola de aquel restaurante de paredes azules eran el equilibrio perfecto para pasar los ratos amargos de las burlas en la playa. No comía más nada en todo el día, alternaba un día rueda de carite y otro día ensalada. Sacrificando las empanadas de la mañana y las arepas de maíz pelao y queso de cabra de las noches. Las burlas de mis amigos, por el aumento de peso y por el color de mi piel continuaron luego al regresar a clase y continuaron por un buen tiempo, marcando una parte de mi juventud. No era fácil para una joven de esa edad enfrentar ser el blanco de sarcasmos y desprecios.
Ayer preparé la ensalada de chipi chipis y mientras la comía tuve una especie de viaje al pasado, recordé todos esos momentos, los desagradables y los agradables y me dí cuenta de lo lejos que había quedado lo desagradable y lo cerca que estaba de los chipi chipis. De aquel entonces me queda el sabor bueno del restaurante El Galeón.
Para terminar dejo este planteamiento: ¿será posible contrarrestar los recuerdos negativos del pasado evocando en contraparte una memoria culinaria positiva? ¿Será posible acudir a un recuerdo culinario agradable para olvidar un momento desagradable?
La respuesta apunta al sí. Los invito a que cada vez que llegue a su mente un recuerdo dañino del pasado, busquen en la gaveta de los recuerdos, uno, aunque sea uno, de un plato rico comido en esa misma época, o de un vino sabroso, o de un olor delicioso y deje que ese recuerdo lo ayude a olvidar.
Tip para lavar los chipi chipis
Este bivalvo que habita enterrado en la arena, presenta una ligera molestia a la hora de prepararlo y es precisamente la arena. Para eliminarla, una técnica muy conocida es sumergirlos en abundante agua con harina y dejarlos reposar al menos un par de horas. La harina hará que buena parte de la arena se vaya al fondo del recipiente. Escurra la arena y luego si, coloque los chipichipis en un colador y lave bajo el choro de agua fresca, varias veces.