Desde la web Educa2 rescatamos este texto de Eva Millet que está perfectamente alineado con nuestra sección Memorias a la carta y subraya esa relación entre memoria, cocina y familia
Soy una especie en vías de extinción: hago croquetas caseras. Y cada vez que las hago (con la bechamel, el pollo triturado y un poco de jamón, dándole forma a cada croqueta con las cucharas, bañándolas en huevo y cubriéndolas de pan rallado —repito: especie en vías de extinción), me acuerdo de la persona que me enseñó a hacerlas, cuando era adolescente. No fue mi madre, a la cual no le gustaba particularmente cocinar, aunque hacía un tajo redondo estupendo, que a mí me sale bastante bien.
De mi padre he aprendido a cocinar estofado y fricandó de ternera, un plato de tonos oscuros en el que la clave son los moixernons (Calocybe gambosa); unas setas que bajo una apariencia reseca y torturada encierran un sabor increíble. Los macarrones boloñesa con un toque de jamón y toneladas de orégano —el plato más socorrido en cualquier familia española—, son receta de una tía paterna favorita, mientras que a hacer magdalenas me enseñó mi tía materna favorita. A Proust el olor de las magdalenas le remontaba a su niñez y a su tía mojando la magdalena en el té, en una casona. Salvando las distancias, a mí el olor de las magdalenas también me recuerda a una casa en el campo, con vistas fabulosas, a una mesa de cocina ovalada y a mi querida tía, que murió hace muchos años, enseñándome la receta de esa masa deliciosa que sabía a limón, a frío y a harina.
Así, cada vez que hago croquetas o guiso una carne o precaliento el horno para meter unas magdalenas me acuerdo de ellos y de ellas, estén vivos o muertos. Cocinar no deja de ser una receta contra el olvido: “los canelones de la abuela”; “las croquetas de mi madre”; “los macarrones de mi padre”. Aunque ellos ya no estén, sobrevive esa pequeña muestra de sabiduría familiar que, además, resulta muy práctica: en tiempos de padres obsesionados por darles habilidades a sus hijos, yo diría que saber cocinar es una capacidad indispensable en la vida.
Dicen las estadísticas que en las casas se cocina cada vez menos: no hay tiempo. Como en los países anglosajones el take away y la comida preparada avanzan a marchas forzadas en los países mediterráneos. En la sociedad moderna, cocinar cada día va camino de convertirse en una rareza. (vía Educa2)