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8 recomendaciones de una cocinera holística para mejorar la calidad de vida en la Venezuela actual

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La chef Valentina Inglessis comparte sus experiencias y reflexiones sobre la coyuntura que vivimos junto con las estrategias que le han servido para sobrellevarla

Desde hace algunos años he venido escribiendo como cocinera reflexiones en torno a cocinar en Venezuela -en la Venezuela actual, me refiero-. En una primera etapa el tema era la escasez. Muchos de nosotros los cocineros y me consta por algunos amigos cocineros cercanos, hacíamos lo imposible por obtener los ingredientes requeridos para seguir preparando algunas de nuestras recetas más solicitadas. El factor que se imponía, al menos en mi caso, era seguir atendiendo y complaciendo a los comensales, independientemente de las vueltas que había que dar para comprar ciertos insumos.

El tema fue cambiando cuando vi que mi calidad de vida se estaba deteriorando en esa locura de pretender siempre tener los ingredientes de la manera que fuera. Entré en una nueva fase, digamos más creativa, de sustituciones, de complementar rubros, de cambiar el concepto de menú, de reciclaje, de reutilización, de cocina ecológica, cocina netamente de mercado: si no hay harina pues no hay y punto. Sin embargo de vez en cuando hay que adquirir ciertos rubros y necesariamente a través del comercio informal o de los bachaqueros, lo cual muchas veces resulta humillante, dado que muchos de ellos son unos tiranos abusadores, que te imponen incluso cantidades mínimas que debes comprar.

Acá debo decir algo que puede parecer extraño: la creatividad también agota. Si bien en ser humano nació a imagen y semejanza del Creador, o sea, con una capacidad innata para ser creativo, estar en ese estado permanentemente de generar ideas, soluciones, formas de adaptación, nuevas destrezas, puede ser agotador, pues de vez en cuando el cuerpo y la mente necesitan un descanso y tener quehaceres que sean más “normales”, por decirlo de algún modo.

Estoy absolutamente convencida que la gastronomía es un espacio de resistencia y que trabajando en ella arduamente se colabora con la siembra de un nuevo país. Más sin embargo, muy concentradamente este año, me he dedicado también a participar en muchas protestas ciudadanas, porque también estoy convencida que necesitamos un cambio en el rumbo y las prácticas de ejercicio del poder que existe hoy en el país.

Hay días en que he amanecido desesperanzada o llena de rabia o miedo. Días en que a llanto tendido me duele la barbarie, la miseria, la oscuridad, la violencia, la pobreza, el hambre, la muerte. Y me he preguntado entonces: ¿cómo he de cocinar hoy? ¿Qué emociones les transmitiré a mis comensales en los platos? He tenido entonces que desarrollar estrategias para buscar mantener el centro, pues cocinar en esta Venezuela, ya va más allá mantener una propuesta gastronómica nueva o de generar otras oportunidades, se trata de adquirir una fortaleza espiritual, mental y física, que nos ayude a preservar la cordura y en la medida que se pueda el ánimo y que cada cocinero pueda ser oasis, fuente, manantial.

Algunas de esas estrategias son:

Tener alguna creencia espiritual o religiosa. La que sea, la que se parezca más a uno, con la que uno comulgue. Las grandes creencias religiosas tienen elementos en común que nos ayudan mucho a la hora de soportar situaciones duras y adversas como las que estamos viviendo en Venezuela, por ejemplo la práctica del perdón y la gratitud. La fe y la esperanza en que el Universo, la Deidad, Dios, o el nombre que le demos a la fuerza que mantiene y entretiene nuestras vidas nos ha puesto en estas circunstancias para nuestro bien y aprendizaje, fe en que solo acontece lo necesario.

Entrenarse en técnicas que nos ayuden a pensar menos. Meditación, visualizaciones positivas, oración. No es evasión sino mantener la mente enfocada para poder hacer acopio de fuerza y avanzar.

Vivir el aquí y el ahora, disfrutar las pequeñas alegrías. Por ejemplo si bien no soy dependiente de la Harina pan, cuando de vez en cuando tengo una, disfruto cada bocado de una arepa preparada con ella, y mejor si es compartida. Esta vivencia del aquí y el ahora conlleva también al desprendimiento, que no es aceptación sumisa, pero si el que da libertad. Preparamos y comemos en el aquí y el ahora, sin añorar lo que comíamos antes y sin sufrir por lo que quisiéramos preparar y comer.

Nunca perder la amabilidad. Por más rudos que sean los días, los hechos, las noticias, los hechos, pensemos que también nuestros comensales están afectados y que lo menos que quisieran es recibir una mala cara o una descortesía.

Cuidar nuestra mente, leyendo libros interesantes, escuchar música, viendo películas. Cuidar nuestro cuerpo. Haciendo ejercicio, yoga, caminatas. Cuidar nuestros afectos siendo cariñosos, amorosos, atentos, generosos.

Hacer alguna actividad que nos guste y nos distraiga. En mi caso ha resultado ser bailar salsa. Ha resultado una actividad que por ratos me aleja de la realidad del entorno, lo cual resulta en que me hace sentir más relajada y por momentos menos preocupada. Escuchar y bailar salsa mientras cocino ha sido una gran terapia.

Recuperar la capacidad de asombro con los milagros que a diario suceden en una cocina. Por ejemplo, el fuego, que desbocado puede destruir, amansado en la cocina purifica y transforma; percibir la peculiar magia  de la fermentación en un queso, el pan, la cerveza, el yogur; el lento espesar al reducirse una salsa; son procesos que más allá de que entendamos hoy por hoy sus principios científicos han acompañado a la humanidad por miles de años y despiertan ese asombro que llena de humildad frente a la herencia desde épocas remotas que tiene el acto de cocinar y con a que conectamos desde un tiempo mítico y ritual cada vez que nos disponemos a preparar un plato.

Por último, desechar pensamientos negativos. Aunque, como a mí, nos cueste bastante. La idea es dar paso a los pensamientos positivos: visualizar una nueva Venezuela, abundante, prospera, de trabajo, de valores, en donde podamos desarrollar nuestros talentos con la fluidez de un río que baja la montaña, con la naturalidad del canto de un pájaro al amanecer, en donde todos podamos sentarnos ante una buena mesa diariamente y donde las malas noticias no sean el postre con que se cierra el banquete. Así será y muy pronto

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