A veces se prueban grandes vinos, enológicamente hablando, que no te llegan a emocionar. Y otros con más defectos llegan hasta el corazón: ¿es esto el alma del vino? Acompáñanos a decubrirlo
No. 1 Ganar el alma. El propietario de Vega Sicilia me contó en una ocasión que el secreto era hacer la cosas siempre lo mejor posible, con esfuerzo, observación y capacidad de mejorar. Josep Maria Albet (D.O. Penedès) da fe de la historia líquida de cada año en sus cavas con un cupage de honestidad y sentido común. La filosofía que hay detrás de cada bodega parece ser la que define aquello que no se puede medir en el vino. O puede ser que sea la manera en que nosotros lo percibimos.
No. 2 Alma y terroir. El alma del vino es algo que no se produce con la técnica. Anselm Selosse del champagne Jacques Selosse, uno de los más admirados por los expertos, tiene un cártel en la entrada de su bodega: “Mis viñas no conocen las relaciones públicas”. Le pregunté a este prodigioso viticultor biodinámico qué era el alma del vino y él se dedicó a quemar papeles en la tierra antes mis ojos atónitos. “El alma del vino no se mide, no está, sólo se siente en la tierra, el aire, el agua y el fuego”. Al contarle esto al mítico Isacín Muga, de Rioja, se rió y me enseñó la palma de sus manos. Tal vez allí, en la rugosidad de una vida entregada, estaba la simpatía de su vino.
No. 3 En busca del vino perfecto. El vino con alma desprende sentimientos. El vino perfecto no existe, aunque tal vez no nos gustaría. El vino, como las personas, nos gusta o no por lo que es, no por el análisis de sus propiedades si no por su autenticidad. Por lo que nos atraviesa alma. (vía Tinta de calamar)
El vino, como la personas, te llega o no te llega, te emociona o te deja frío, lo recuerdas o lo olvidas, repites o no vuelves a él jamás. Será porque el vino es, como todo arte, una expresión del alma humana, que sólo llega a las otras almas, tan abiertas a la bella como la que lo alumbró.
¡Totalmente de acuerdo! ¡Salud!