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De meriendas, amigas y hermanas

Nuestra colaboradora Eloina Conde explora en recuerdos de infancia los vínculos que surgen alrededor de la comida compartida

Como buena trujillana, el café y el pan de la merienda son casi sagrados, no en el nivel ceremonial del té inglés sino en uno más sencillo que conecta con las memorias y la vida, con el amor y la amistad, con esos vínculos y relaciones que te marcan para siempre y se quedan en el alma y el corazón.

En ese momento que dura la taza de café y el trozo de pan, yo pienso en mis historias y recuerdo que la comida genera mucho más que saciedad en el estómago y que bien vale sentarse y traer al presente esos pedacitos que son parte del rompecabezas de nuestro caminar en la vida y dejan hermanos de comida.

Hace 4 años que no abrazo a mi mejor amiga Emma. Se fue a Ciudad de México poco después de que Lucía Carlota, mi hija, naciera en enero del 2020, se fue antes de la pandemia, antes de muchas cosas, pero siempre está presente y ha estado durante décadas —al menos un par— porque la vida nos juntó en un salón de clases cuando yo tenía 7 años y ella 6. Desde ahí, y desde que compartíamos nuestras meriendas, somos hermanas.

En 1996, para ir más atrás en la historia, regresé junto con mi mamá y mi hermano a vivir a Trujillo Capital y sólo tenía una amiga que vivía en la casa al lado de la de mis abuelos. Pero ella no estudiaba en la escuela en la que yo iba a comenzar mi primer grado, así que tenía que hacer nuevos amigos. Luego de comenzar el año escolar y un cambio de sección por una maestra a la que recuerdo con mucho desagrado, la vida me premió con una amiga. Descubrí que se llamaba Emma y que ella y yo teníamos muchas «cosas» en común y una de ellas es que nos gustaba el desayuno de la otra, y sí, solíamos compartir e intercambiar.

Mi arepa con margarina mavesa y queso blanco rayado en una viandita Tupperware, con jugos naturales calientes y por lo general algo oxidados como la lechosa o el melón, sabían a casa, a mamá preocupada, pero con presupuesto ajustado y capacidad de resolución. Claro eso lo veo ahora, casi 30 años después y siendo mamá.

El desayuno de ella, más simpático para mí, era casi siempre algo de la panadería local: un croissant de chocolate o una napolitana de manzana, galletas de té y algún jugo de cartón. El sueño de las mañanas para quien las variaciones sólo llegaban a un sándwich de jamón y queso amarillo. Sin duda su mamá tenía otras formas de abordar la vida y siempre la admiré por eso.

Con el paso de los años, el intercambio de merienda cambió a unas copas de vino, noche con mojitos cubanos, noches de cenas y enrollados de carne que le quedan exquisitos o cafés para ponernos al día de la vida de otra. Y aunque nunca volvimos a vivir en la misma ciudad desde que terminamos el bachillerato, logramos un vínculo de por vida que sigue fuerte en el año 2024 y con miles de kilómetros de distancia, pero afortunadas que ahora el internet y la tecnología acorta las distancias y nos permite estar cerca, aunque un abrazo o una cena compartida sea momentáneamente imposible.

Por tantas meriendas, cafés, vinos, mojitos, comidas y conversas, celebro su vida. Hoy que es su cumpleaños, mucho más. Gracias por eso y por todo Emma Lucía.

¡Felicidades, hermana.!

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