Hoy 9 de julio hemos tenido que despedir a Armando Rojas Guardia, poeta y ensayista, y le dedicamos estas notas de nuestros años desde que lo conocimos
Los Maestros. En estos días me conecté en un live de mi amiga Verónica Nouel , una meditación que dedicaba a los maestros de vida e inmediatamente vinieron a mi mente dos nombres: Sael Ibáñez y Armando Rojas Guardia, responsables de dos de los talleres literarios más influyentes no en mi escritura sino en mi vida.
Del CELARG a la Fundación para la Cultura Urbana. Cuando llegué al taller de narrativa del CELARG todo fue descubrir, entender que había otra gente que se preocupaba por aprender a escribir como me había preocupado yo en esos meses de 1996, saber que el texto había que enfrentarlo repetidas veces hasta conseguir al menos una aproximación con lo que quería decir. Con Armando, en La escritura y la ciudad, fue el descubrir el poder desencadenante de la imagen, cómo sin una articulación de argumentos sino por vía del poder de asociación de una imagen podía también decir muchas cosas.
Las lecturas. Leí los libros de Sael Ibáñez por curiosidad propia porque Sael nunca refería a su obra: el taller con él fueron meses de pasearnos de Connolly a Borges, de Bioy Casares a Hammett, de Schowb y Fournier a Julio Garmendia y Chesterton. Con Armando, si bien él tampoco hacía referencias específicas a su obra, fue comenzar a leerlo para tratar de entender mejor las sesiones que más que clases eran largas conversaciones y acercarme a sus temas, de la música al erotismo, de la mirada la esencia del impulso religioso.
Memorias. Con Armando descubrí el poder de la escritura biográfica, he perdido la cuenta de las veces que leí Crónica de la memoria, apenas quedaron algunas líneas sin el paso del resaltador, ese abordaje desde la sensibilidad de la vida propia sin la preocupación de la biografía documental fue un hallazgo liberador que ha sido un recurso valioso por años.
Interrupciones. El taller con Armando quedó inconcluso: uno de sus episodios severos que lo llevaron a ser internado dejó a medias el trabajo. Pero yo lo seguí leyendo, lo seguí estimando. Conversábamos por ráfagas en algún evento literario, en la sala de espera del ICREA cuando coincidimos como docentes, en un chat de Facebook. Pero siempre un vínculo interrumpido. Ahora recuerdo cuando lo llamamos para entrevistarlo en medio del duro 2017 de Venezuela para conversar de El deseo y el infinito, su libro de diarios, las indicaciones que di a Edgar, mi productor y técnico sobre algún posible quiebre de Armando que nos obligara a interrumpir con música en medio de unos largos silencios, y pienso en sus lúcidas respuestas. Luego colgamos y no recuerdo haber vuelto a hablar con él.
Después del silencio. Cuando leí la noticia sentí como si llegara envuelta en silencio. Pero fue eso, un momento, una percepción equivocada porque cuando mañana comience a releer El dios de la intemperie sabré que Armando, como todos los grandes autores que me gusta leer, me va a seguir hablando desde sus páginas y va a ser exquisito poder pasar los libros a mis hijos, poder escribir sobre ellos para quienes vienen a esta página con apetito disfrute de algo más que un buen plato y una copa de vino.
Adiós. Creo, Armando que aprendí de principio lo que tenía que aprender de ti. Y sí, Gabriela recibió los libros que le dedicaste. Y originalmente eran 6 notas pero creo que tanta exploración de la Biblia me dice que seis hubiera sido inapropiadas. Mucho mejor 7.