Tras el deceso de Gato Barbieri dedicamos esta pequeña nota como recuerdo de su magia musical
Fue en el lejano programa de Jaime Bayly para Telenoticias que en Venezuela era difundida por Globovisión en su primera etapa de progamación. 1998.
Leandro «Gato» Barbieri era el invitado. Lucía cansado pero no derrotado, golpeado pero no vencido. El infarto había sido potente, pero Gato había sobrevivido. Promocionaba su nuevo disco ¿Qué pasa? y entre anécdotas de su vida, de su apartamento con vista al Central Park en Nueva York me convenció de comprarlo.
Como siempre con los discos de jazz, mientras comenzaba a escucharlo, leí las notas del disco escritas en este caso por su sobrino Emiliano Battista y allí surgió una lección que desde ese momento me acompaña.
El texto de Battista se concentra en buena parte en la persistencia de Barbieri quien para aprender a tocar tenía que caminar grandes distancias hasta un orfanato donde había un clarinete con el cual practicar ya que a los 8 años sus manos no podían manejar un saxo tenor. Pero luego Battista se aventura a explicar la raíz de la naturaleza del sonido que hizo popular a Barbieri y afirma: con su instrumento Gato se dedicó a contar la historia de su tribu, de su gente.
Entonces llega la epifanía: allí radicaba la grandeza de ése arte complejo, era volver a los «happy few» de Borges, es adentrarse, entender, recopilar, rememorar (como en nuestra sección Memorias a la carta) la esencia de la tribu. Y como quien quisiera marcar esa piel colectiva que es la sensibilidad de la audiencia, tatuar sus imágenes sobre ellas.
Desde entonces sólo eso me ha preocupado, contar la historia de mi tribu. Han pasado 18 años, 2 libros de cuentos, 2 novelas cortas, varios ensayos y muchas, muchas notas sobre literatura y gastronomía. No creo que siempre lo haya logrado pero siempre lo he intentado y, además, en contar la historia de mi tribu he encontrado satisfacción y paz interior. Y todo lo debo a un gran saxofonista, Leandro Gato Barbieri.
¡Chau, Maestro!