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3 cosas que simplemente odio en un postre


Aunque hay quien dice que puede que «odiar» sea un verbo que raya en lo exagerado, estas son algunas de esas cosas que arruinan el momento que debería ser el cierre con broche de oro de un menú

Que sea empalagoso. Los mejores postres que he comido siempre tienen un dulzor leve o moderado, nunca son una avalancha de azúcar que termina por opacar cualquier sensación que traiga uno del resto del menú. Es casi un arte lograr ese nivel de dulzor pero es a lo que deben apuntar los buenos postres.

Que tenga adornos no comestibles. Realmente cualquier cosa que esté en el plato (y esto aplica también para la comida salada) debería poder comerse y, sobre todo, disfrutarse: si necesitas cualquier accesodio de plástico o algún elemento natural únicamente por motivos estéticos y tengo que apartarlo para comerlo, me perdiste.

Que sea monótono. Pese a que esto es un tanto obvio y hasta intuitivo igual se repite. Un postre de chocolate que insista sólo en presentar un perfil de sabores de chocolate y nada más aburre, una preparación con fruta cítrica que sólo revela la acidez también. El caramelo con sal, las pieles de naranjas confitadas, el merengue sobre el lemon curd de un pie son combinaciones que funcionan porque presentan opuestos y sacan de la monotonía.

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