Recibimos el 2021 con esta reflexión sobre un punto de vista de los alimentos que nos gustaría atender más

Mondovino. Parece mentira, pero unos cuantos años después hay algo en lo que debo darle la razón, al menos parcialmente, al documental de Jonathan Nossiter: vivimos en un mundo en el que lo que comemos es despojado implacablemente de su alma y eso nos roba parte del disfrute de la existencia.

Pragmatismo. No veo un problema tan de fondo en la comida industrial porque la veo como un mal necesario. Aunque cuando abro una bolsa de plástico de pan de sándwich preferiría tener harina artesanal y dedicar el tiempo a hacer aunque sea un flatbread no puedo. Tampoco, por accesibilidad y costos, puedo usar para todo queso que realmente tenga la vivacidad del lácteo artesanal. Son gajes de la vida.

Lo inesperado. Pero esa sensación que a veces un vino con muy poca intervención o una tableta de chocolate bean to bar pueden dejar rompe esa monotonía y nos recuerda que lo que comemos y lo que bebemos puede tener alma pero como rezan algunas teorías, hay que buscarla, hay que ganarla al seguir a quien se encarga de que lo que vamos a degustar la tenga.

El propósito. Entonces, tras haber identificado este salto a lo inesperado, quiero este año hacer una búsqueda consciente y recurrente de esa alma. Sin estresarme por las muchísimas veces que tendré que sucumbir a la comida estandarizada pero esperando siempre ese próximo momento de conexión.