Alabada y disfrutada por algunos y criticada por otros tantos, la crianza del vino en madera es un tema controversial y aquí comentamos tres de los mitos más frecuentes
Vale la pena pagar por «madera nueva». Hasta hace pocos años la inscripción «madera nueva» era sinónimo de calidad y un mayor costo asociado a ésta. Para bien de todos, cada vez más personas entienden que cuando la madera es protagonista al punto de encubrir o distorsionar las señas de identidad del vino eso no es para nada deseable y cada vez menos importa si la madera es nueva o tiene un par de usos.
Puede «mejorar» un vino. Basta decir que una de las pocas certezas en el mundo del vino es que el buen producto se hace en el viñedo, en bodega apenas si se le pueden hacer algunos retoques.
Aporta potencia al vino. Los mejores usos de la madera simplemente redondean el vino y aportan matices de especias, chocolates, ahumados, entre otros. La potencia suele ser inherente a la fruta.
Los vinos sin madera son más honestos Hay varietales que son literalmente construidos a partir de levaduras seleccionadas y diversas correcciones hasta alcanzar un sabor estándar de determinada variedad con lo que terminan por ser vinos muy intervenidos pese a no tener paso alguno por madera. Por su parte, hay vinos que usan levaduras indígenas y que no se filtran por lo que, pese a su paso por madera, son bastante más fieles a su origen, a su terroir.