El crítico chileno Patricio Tapia sintetiza en tres sencillas premisas por qué los vinos de Jerez deben estar en el radar de cualquier amante del vino

No. 1 Versatilidad. Primero, porque es un vino que no solo es delicioso, sino que también es increíblemente diverso. Puedes servir una copa de pedro ximénez junto a un arequipe con brevas o puedes también servir, bien helado, una manzanilla de Sanlúcar con el cebiche peruano de tu preferencia o, mejor, con el plato de ostras que te plazca. Así de diverso es el mundo del Jerez.

No. 2 Tradición. Es un vino que lleva trescientos años dando vueltas, desde que los ingleses lo inventaron. Y, por lo tanto, tiene tantas historias y tan buenas anécdotas que con solo escuchar a los bodegueros de Jerez ya te da sed y ganas de probarlo.

No. 3 Por ser al mismo tiempo un vino de lugar y de bodega. Es un vino de lugar, de viñedo. Solo se puede hacer allí, sobre los suelos calcáreos que miran hacia el río Guadalquivir y, más allá, a África. Y también es un vino de bodega. Se basa tanto en la crianza en madera que, por ejemplo, el vino más joven, el más jovencito de los finos o las manzanillas, tiene como mínimo cuatro años, lo que es una enormidad si se piensa que ese mismo vino se vende hasta por 5 euros la botella. (vía El Tiempo)