Nuestro editor Jesús Nieves Montero repasa el proceso de escritura a partir de algunos de sus rasgos y su efecto en el escritor
Escribir es descubrir. Disfruto cuando tengo sólo una vaga idea de lo que quiero decir y lo voy descubriendo a medida que lo escribo.
Escribir es conectar. Como recomendaba Montaigne al explicar sus ensayos: conexiones entre ideas que en el momento que aparecieron no tenían un vínculo evidente pero sobre el documento del procesador de palabras o la hoja de papel se funden como si no pudieran existir más cada una por su lado.
Escribir es hablar de la vida propia. Aunque las referencias no sean inmediatas, aunque no haya un vaso comunicante directo con eventos de la experiencia propia, al final uno lee un texto al que dedicó el tiempo suficiente y sonríe porque hay guiños siempre a tantas cosas que le pasan a uno hasta antes de escribir un texto determinado.
Escribir es revelarse y esconderse al mismo tiempo. Por cada cosa que afirmamos vehemente en lo que escribimos hay unas cuantas más que callamos, que nos reservamos, que escondemos como una valiosa carta en una partida. Sólo el paso del tiempo dirá si la mostramos.
Escribir es ordenar el mundo. Al reducirlo a palabras, simplificamos el mundo y ya simplificado podemos organizarlo y ése es un poder único.
Escribir es el alivio de la descarga. Cuando uno se deja llevar en las versiones iniciales por el texto hasta que logra colocar un punto y uno sabe que aunque para la versión final falten muchas estaciones intermedias, ha conseguido la base de lo que quiso decir, hay el alivio de la descarga, con el vértigo del recorrido y el sobresalto del fin incluidos.
Escribir es reescribir. Éste es el placer que no es directo, es el placer en el que de alguna manera uno se castiga. Justo reviso un texto tras recibir las pruebas de diagramación y me reprocho las cosas que no debieron suceder, las omisiones, ese error de concordancia de número en la página 15, segundo párrafo, segunda línea, y me duele pero continúo hasta terminar de enviar toda mi lista de cambios y ajustes porque he aprendido también a sumergirme en ese otro placer que es cruel.