Nuestra consultora creativa Eloina Conde reflexiona desde una perspectiva alejada de los formalismos sobre el placer de la degustación del vino
Cierra los ojos un momento y trata de recordar la última vez que probaste una copa de vino ¿Lo hiciste? Ahora trata de describir en una palabra ese vino ¿pudiste hacerlo? Una última petición: transpórtate al momento previo, antes de sentirlo en tu boca, antes de que sus taninos formaran la sensación de astringencia característica en el paladar y las paredes del interior de la boca, recuerda con exactitud todos los aromas que percibiste en la primera nariz y cómo evolucionaron una vez que agitaste un poco la copa para el alcohol se evaporara y dejara al descubrirlo las más sutiles notas aromáticas incorporadas al líquido que permanece allí, no solo en la copa sino en la memoria.
Éste es un ejercicio que suelo hacer y es replicable con muchos productos gastronómicos – bien puede ser un chocolate o un postre, una taza de café o un destilado, un queso o un trozo de pan – ¿Para qué funciona? Al menos a mí me ayuda a mantener memorias más cercanas a la experiencia y evitar caer en el error de decorar o evocar falsos recuerdos, si Gabriel García Márquez decía que “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla” yo tengo un empeño claro en que cuando la recuerde para contarla sea lo más exacta posible a lo vivido.
A la vista era un rojo intenso, profundo, que no permitía ver el fondo de la copa, con un aroma divino a frutos rojos muy maduros, algo de arándano y un poco de jamón ahumado, una exquisitez, muy agradable en boca y con mucho equilibrio entre el dulzor y los taninos, pero había algo que no lograba percibir en ese vino y sabía que necesitaba descubrir. Sólo que mi poca paciencia y algo de nervios me ganaron esa vez, terminé mi copa, la disfruté y mucho, pero sabía que algo más debía guardar ese vino tinto chileno; afortunadamente mi compañero de cata parecía entender mucho más y me ofreció lo que restaba en su copa, que era básicamente todo el contenido inicial salvo uno o dos sorbos y allí estaba la segunda oportunidad que no iba a desperdiciar, la paciencia debía aumentar.
Pasado el tiempo suficiente y una vez que el vino había respirado lo justo, volví a él – aún sonrío al recordarlo – era el aroma inequívoco de notas a café, pero no a cualquier café sino al de tempranito en la mañana, a ese con el que comienzas el nuevo día y que ayuda al estado de alerta, ese que te transporta no sólo a despertares sino a noches de conversaciones interminables con las personas perfectas. Ese era el aroma que faltaba percibir, esa era la lección de paciencia y de seguir el instinto y la intuición para tomar decisiones que recordaré luego para contar.
Así una copa de vino.
P.D.: El vino era Calicanto 2012. Viña el principal.