Ser foodie se ha convertido en uno de los hobbies (oficio incluso) más glamoroso de los últimos años pero estas son algunas cosas que no disfrutamos tanto
Compartir el plato por obligación. Entiendo que las medidas de prevención contra el covid 19 me salvará de esta de ahora en adelante pero el tema de que se sobreentienda que si salen varios foodies todos vamos a compartir el plato siempre me desconcertó. Yo administro mi curiosidad.
La foto como un fin en sí mismo. A mí me gusta es comer. Por supuesto que siento un placer, que por cierto es bien lejano de la ostentación, en mostrar lo que como, sea que lo cocine yo o no, pero no hago nada de esto por la foto, la foto viene por añadidura.
La foto de todo. Hay vinos y platos, hay momentos alrededor de la mesa que son los más valiosos porque no se comparten y a veces uno siente que hay presión porque todo quede registrado y presentado en público.
Foodporn desbordante. No tengo nada en contra de una hamburguesa de la que chorre queso cheddar fundido o sobresalga tocineta pero sí que ésa sea la única clave de lo apetitoso. Hay mucho de filosofía en la comida y a veces es el minimalismo lo que hace que se despierte el apetito.
Alabanza sin criterio. Nunca he censurado el entusiasmo por determinado producto, de hecho, lo ejerzo. Pero difícilmente me leerán decir es “la mejor hamburguesa”, “el mejor vino”, el mejor restaurante”. Esa categorización amerita una comparación exhaustiva para que tenga algún sentido y muchas veces es complicado tener a mano los estándares para hacer calificaciones de este tipo así que para mí es natural evitarlo.