De Baudelaire a Roberto Bolaño, descubre las preferencias de estos creadores del arte universal al momento de sentarse en un bar
No. 1 Bolaño y el charro negro. En dos de sus cuentos aparece el cóctel charro negro: Putas asesinas y Llamadas telefónicas. Hacer este combinado que beben las prostitutas de Bolaño requiere poco: un vaso largo y estrecho cuyo borde impregnamos de lima para añadirle sal después; tras esto, ponemos hielo picado en una coctelera y añadimos, en igual medida, tequila, Coca-cola y zumo de lima. Agitamos y listo.
No. 2 Luis Buñuel y el dry martini. Un verdadero fan Buñuel de este combinado, que, según Morato, llegaba a ingerir hasta cinco diarios. Tuvo que detener el ritmo por consejo médico. «Los barman que lo atendieron sus últimos años en Madrid, ya fuera en Chicote o el bar del hotel Plaza, comentaban que, si la copa no había sido de su gusto, se iba de mal humor, pero que si le había convencido llegaba a hacer reverencias». Ginebra y unas gotas de vermut es todo lo necesario para preparar este cóctel.
No. 3 Truman Capote y el destornillador. El absolutamente poco afín a convenciones y normas sociales que a desde su infancia prefería disfrazarse de niña en lugar de guerrero, nunca, más bien todo lo contrario, ocultó su fascinación por el alcohol. No en vano afirmó el autor de A sangre fría afirmó: «Esta profesión es un largo paseo entre copas». Cuentan en Mezclados y agitados que durante una entrevista en Nueva York el escritor bebía un destornillador. Para acercarnos alcohólicamente a Capote al menos, podemos verter en un vaso alto lleno de hielo dos medidas de vodka, cinco de zumo de naranja, removemos y ya tendremos el inicio del viaje al personaje que fue Capote.
No. 4 Hemingway y el daiquiri. Aunque sea uno de los combinados con más adeptos del mundo, fue el autor de El viejo y el mar quien lo inmortalizó. Sobre todo por los que se tomaba Hemingway en el bar Floridita. Aparte de él, otros autores, como Salinger y Graham Greene, lo introducen en sus novelas. El inventor de la bebida fue el ingeniero Jenning Cox, trabajador en una mina próxima a la playa de Daiquirí (Santiago de Cuba). En una ocasión le faltaba ginebra así que lo solventó añadiendo al ron azúcar y zumo de limón. Y así quedó para siempre este combinado: dos medidas de ron blanco, una de zumo de lima, azúcar y hielo picado. Agitamos todo, lo vertemos en una copa de cóctel previamente enfriada con hielo hasta arriba, y ya podemos embarcarnos en la lectura de Hemingway.
No. 5 Chandler y el gimlet. Es el cóctel homenaje al género negro. La razón: estaba presente en muchas novelas de Chandler, cuyo detective Marlowe lo tomaba. Después, las adaptaciones al cine hicieron el resto. Bogart o Mitchum que pusieron cara el detective pidiendo un gimlet lo elevaron a la popularización. Como anticipa su nombre, hay que mezclar ginebra (dos medidas) y zumo de lima (una medidad) con azúcar en un vaso mezclador repleto de hielo. Lo mezclamos y listos para honrar al detective más famoso de la historia.
No. 6 Baudelaire y la absenta. El poeta encontró refugio en la misma bebida que su adorado Poe, absenta, el alcohol «capaz de hacer olvidarlo todo». Como este potente aguardiente se prohibió en algunos países y en otros su se restringió, se sustituyó con el sazerac, que fue el primer cóctel que se vendió embotellado. Eso sí: en 1873 en Francia cambiaron el brandy sazerac por la absenta. Para hacer un Sazerac y atraer, como Baudelaire, a las fuerzas de la evasión llenamos de hielo un vaso bajo, ponemos en otro un terrón de azúcar con tres gotas de amargo de Peychaud y machacamos todo. Añadimos whisky y media cucharadita de sirope de azúcar. Vacíamos el vaso del hielo para verter un chorro de absenta, agitarlo, y tras remover la mezcla del otro vaso, lo echamos en el vaso impregnado de absenta. (vía 20 minutos)