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A sangre fría: el fenómeno de C.S.I. según J.G. Ballard

A sangre fría: el fenómeno de C.S.I. según J.G. Ballard

El escritor de novelas tan perturbadoras como Crash analiza la forma como la famosa serie de investigación forense tienta los temores más profundos del ser humano

La television es, hoy en dia, como un parque temático avejentado que visitamos más por hábito que con la esperanza de encontrar algo nuevo y original. A veces pienso que la era de la televisión quedó atrás, pero entonces, repentinamente, presenta algo rico y extraño. Hace pocos años, errando en medio de la programación televisiva, comencé a detenerme en la serie Escena del crimen (CSI: Crime Scene Investigation). Después de apenas unos pocos episodios ya estaba enganchado, por motivos que no comprendo ni siquiera hoy.

Ambientada en Las Vegas, la serie describe la labor del equipo de medicina forense del departamento de policía, una operación estrictamente científica en la cual la culpabilidad o inocencia dependen de tener la clase indicada de arena en los zapatos. Vívidas imágenes de computadora ofrecen una visión retrospectiva de los homicidios, una revelación espeluznante de lo que realmente ocurre cuando un hacha golpea la parte trasera del cráneo o un gas corrosivo entra en contacto con los pulmones. El programa era original, impecable y profundamente perturbador, aunque no me interesaba mucho saber por qué.

Al menos no fui el único que se volvió adicto a la serie. Dos años atrás, el programa escaló al primer lugar de sintonía en Estados Unidos, y su éxito condujo a la producción de Escena del crimen: Miami y a un segundo retoño, Escena del crimen: Nueva York.

A pesar de su éxito, CSI es un programa muy inusual y un misterio en sí mismo. Sospecho que apela profundamente al inconsciente colectivo del público, igual que Sexo en la ciudad y el reality show Gran hermano, aunque de una manera mucho más siniestra.

¿Qué es tan turbador en la serie? Primero que nada hay que mencionar los escenarios, que no son lo que parecen. La serie que se desarrolla en Las Vegas y la de Miami están ambientadas en las dos ciudades más extrañas de EEUU, pero no aprovechan para nada sus raros ambientes. El motivo, por supuesto, es que ambas son filmadas en Los Angeles y rara vez se acercan a Las Vegas o Miami, al contrario que Hawai Cinco-O y Miami Vice, que eran rodadas en el propio sitio y en las cuales la exuberante flora y fauna locales ayudaban a darle autenticidad a los argumentos más inverosímiles.

No obstante, evitar las verdaderas ciudades de Las Vegas y Miami tiene sus ventajas. El aire en Los Angeles es gris y polvoriento, en comparación con el resplandor del desierto de Las Vegas y la blancura espectral de Miami Beach. De allí que CSI, que rehúye la luz del día como el conde Drácula, se mantiene bajo techo siempre que puede.

La serie se desarrolla dentro de un mundo casi totalmente interiorizado, una pista de su verdadero significado. Los crímenes —todos son homicidios— se cometen en habitaciones de hotel anónimas y en las áreas residenciales de los suburbios, casi nunca en un casino o en la suntuosa mansión de un narcotraficante. Prevalece un realismo brutal, el más lúgubre de cualquier serie sobre crímenes. Las salas de hogares suburbanos y esa moderna estación del Vía Crucis, el baño de habitación de hotel, son los escenarios de terribles asesinatos que, gracias a Dios, ya han acabado para el momento en que comienza cada episodio. Con las manos envueltas en guantes, el elenco desmantela cualquier cosa y se hunde hasta los codos en el retrete para recuperar condones, diafragmas y casquillos de balas, jeringas, ampollas y otros signos del zodíaco contemporáneo.

Si la escena del crimen está profusamente iluminada, el mundo exterior siempre está oscuro. Una colisión automovilística o un tiroteo en la calle siempre ocurre de noche, cuando la ciudad luce desierta y muerta. La luz y la seguridad se encuentran sólo en el laboratorio criminal, en medio de sus dispositivos de alta tecnología y su cruda deconstrucción del trauma humano.

Este rechazo del mundo externo elimina la necesidad de transporte, y no hay profusión de autos en las distintas versiones de CSI. David Caruso, quien interpreta al jefe del equipo de Miami, a veces se presenta en un Hummer, un vehículo blindado que transforma un apacible vecindario de Florida en un barrio de Bagdad acosado por las bombas, como si se destacara la hostilidad del mundo externo.

La evidente ausencia de autos provoca cierta ansiedad en el espectador. Todas las series policíacas han estado saturadas de enormes máquinas que salen y entran corriendo a callejones, dejando en el pavimento la marca de neumáticos chamuscados. Si se miran sin el sonido, los episodios de Starsky y Hutch parecen documentales educativos para futuros profesionales del valet-parking. La identificación del auto y el héroe alcanzó su apoteosis en la serie de los años setenta Las Vegas, donde el detective privado y playboy interpretado por el afable Robert Urich paraba su vehículo dentro de la sala de su casa, por lo que parecía un fiel sabueso a su lado.

En CSI no sólo no hay autos, sino que tampoco hay armas. Los del equipo usan armas pequeñas, pero rara vez he visto que saquen una pistola en defensa propia, y en muy pocas ocasiones que la disparen. Los únicos proyectiles disparados terminan en tanques de agua calibrados. La premisa básica es que la razón y la lógica nunca necesitan basarse en algo tan tosco como la fuerza bruta.

Poco visceral. Nada de autos, de armas ni, algo más significativo, de emociones, salvo en escenas retrospectivas del crimen en sí. Los espectadores saben que las únicas personas que muestran emociones son las que están a punto de morir. La ausencia de emociones se extiende al elenco, que nunca expresa un destello de ira o aversión. Los miembros del equipo no tienen relaciones entre sí, y hay pocas rivalidades y nada de romance. Casi nunca vemos dónde viven ni sabemos mucho de ellos.

Gil Grissom, jefe del equipo de Las Vegas, encarnado por William Petersen, es una figura amable, aunque hermética, que dejará escapar una cita de Shakespeare o de Rousseau. Mientras mira a través del microscopio, el particular detective se mantiene encerrado dentro de sí en su búsqueda de la verdad. La majestuosa Marg Helgenberger, quien interpreta a la número dos de Grissom, es una ex “bailarina exótica”, una madre divorciada que tiene una hija que vemos pocas veces. Su especialidad es “análisis de salpicaduras de sangre”.

La creación de personajes, siempre nos han dicho, es la clave del drama, pero se trata de una noción de la literatura que sirve a los intereses de novelistas faltos de imaginación. En cualquier caso, no es fiel a la vida, donde podemos trabajar con gente en la misma oficina por años, o incluso compartir la misma cama en un matrimonio tolerable, y saber casi nada sobre sus verdaderos temperamentos hasta que ocurre una crisis repentina.

Dado que no hay personajes interesantes, persecuciones en auto, emociones violentamente agitadas ni acción dramática, ¿por qué la serie es tan fascinante? ¿Qué es lo que nos captura hasta el final del episodio, que es poco más que un elaborado crucigrama con tejidos humanos en lugar de pistas?

Sospecho que la respuesta yace en el santuario interno de las tres versiones de la serie: la sala de autopsias. Allí las víctimas renuncian a todo lo que queda de su identidad individual al revelar las heridas y las anomalías médicas que condujeron a su defunción. Una vez que han sido diseccionadas —sus cavidades torácicas abiertas como si fueran maletas, sus cerebros retirados de los cráneos, los tejidos analizados para determinar sus componentes básicos—, no les queda nada, ni siquiera el menor asomo de existencia.

Supongo que los cadáveres que aguardan su turno en las mesas son sustitutos de nosotros mismos, los televidentes. El verdadero crimen que investiga el equipo de CSI al analizar cada lágrima, cada gota de sangre, cada mancha de semen, es el crimen de estar vivo. Me temo que vemos el programa como si estuviéramos en trance porque sentimos una lástima casi sagrada por nosotros y el olvido que nos aguarda pacientemente. (vía El Universal)

5 comentarios el “A sangre fría: el fenómeno de C.S.I. según J.G. Ballard

  1. […] de este versátil intelectual que con igual maestría pasó de la telenovela al ensayo, al teatro y al artículo […]

  2. […] se trata de sangre sintética que tiene verdaderos componentes nutritivos. La marca se desprende de la serie True Blood de HBO, un éxito sobre vampiros. Si alguien la prueba, avisen. Nosotros nos […]

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